Probablemente cuando alguien toma la decisión de opositar es porque escucha una llamada del cielo… o del infierno.
La llamada del cielo es positiva y agradable. Imagina esas fotografías donde los rayos de sol se filtran tenuemente por las nubes, de manera que pareciera que fuese a “venir a nosotros su Reino”… Bien, ahora imagina que las nubes se abren y una voz te habla:
— Tienes una auténtica y sincera vocación de servicio público en el ámbito que sea
— Quieres desarrollarte en tu profesión y deseas hacerlo en la Administración. O te da igual tu profesión, pero estás deseando vivir en tus propias carnes la ansiada estabilidad que proporciona la inamovilidad del funcionario
— Deseas fervientemente seguir la tradición familiar, plagada de funcionarios, tal vez incluso en el mismo cuerpo que eligió tu padre o tu madre, como sucede en muchos casos respecto a carreras de ámbito militar
— …
En todos los casos, la motivación toma forma de razones sonrientes y atractivas.
La llamada del infierno, sin embargo, es bastante menos bonita porque tiene mucho que ver con tocar fondo. Pero la realidad es que casi todos los opositores con los que me crucé estaban también en mi camino por el mismo motivo que yo: la llamada del infierno. Distintas situaciones profesionales y personales que tenían un lamentable punto en común: un hartazgo supremo, un asco inmenso hacia su situación presente, que deseaban dejar atrás. Desde personas hastiadas de su inestabilidad laboral, como yo, hasta personas emprendedoras de un talento y creatividad significativos que no lograban despegar tras infinitos intentos, pasando, incluso, por funcionarios de carrera que sentían que se habían equivocado en su elección y querían cambiar radicalmente de ámbito sin perder el factor estabilidad, al que ya se habían acostumbrado y que tanto valoraban. Fueron tantas (y tan tristes, en muchos casos) las historias que conocí, que la academia donde me preparaba se me antojaba un “depósito de sueños rotos”. Una especie de centro de reciclaje profesional, pero indirectamente, también emocional.
¿Cuál de estas dos llamadas dirías que te hace más agradable e ilusionante el camino?
La llamada del cielo, por supuesto.
Ahora bien, ¿cuál de estas dos llamadas dirías que es más poderosa para iniciar, mantener y terminar con éxito toda esta aventura…?
Yo no tengo ninguna duda: la llamada del infierno.
La llamada del cielo parte de una realidad que anhelas, pero que en realidad no conoces porque no la has experimentado personalmente. Y, como me dijo una vez una mujer que nunca tuvo hijos, “como no sé lo que me pierdo, no puedo lamentarme por no tenerlos”. Renunciar a un sueño, por más pragmático y poco sentimental que suene, puede no ser tan duro como se dice… especialmente cuando lo que te mantiene alejado de tu sueño es, en muchísimos casos, tu pereza. Tanto no lo desearás cuando no lo persigues, ¿no?
Y es que estamos diseñados para adaptarnos y aceptar la realidad, por eso cuando no lo hacemos sufrimos. Acostumbrarnos al medio y a lo que tenemos es una habilidad básica para sobrevivir en este mundo con cierta dignidad. Ésa es la razón de que un sueño vaya perdiendo su brillo poco a poco conforme se van vislumbrando los empinados peldaños que hay que subir para alcanzarlo. La mente perezosa nos dice que abajo no se está tan mal y quizás hasta nos susurra que total, para qué subir, si luego hay que bajar…
La llamada del infierno es, a mi juicio, mucho más poderosa porque no tienes que imaginar nada: lo has vivido o, incluso, lo estás viviendo en estos precisos instantes y quieres con todo tu corazón que deje de formar parte de tu realidad. Es un obstáculo, algo que te perturba. Y también forma parte de la naturaleza humana este planteamiento. Anthony de Mello, sabio jesuita que integró como nadie, desde mi punto de vista, las enseñanzas espirituales de Oriente y Occidente, decía citando a los budistas que:
Cuando el ojo no está obstruido, el resultado es la visión;
cuando el oído no está obstruido, el resultado es la audición;
cuando la boca no está obstruida, el resultado es el gusto.
Así que cuando el alma no está obstruida, el resultado, supongo, es la felicidad.
La felicidad no es, entonces, algo externo a alcanzar, sino algo interno que hay que conservar libre, sin obstrucciones, para dejarla fluir por ser, en el fondo, nuestro estado natural. No es difícil de comprender si observamos a un bebé sereno y sonriendo con placidez… Evidentemente, Mello habla de las cosas que nos perturban por dentro y de cómo ser consciente de las cosas puede ayudarnos a tomar distancia de ellas e, incluso, a resolverlas, en ocasiones tan sólo cambiando nuestro posicionamiento interno.
Sin embargo, en este caso parece que la perturbación la vemos fuera de nosotros (la precariedad laboral, un trabajo actual que detestamos…) y es por ello que emprendemos acciones externas para cambiarlas, como es ponernos a estudiar una oposición. Pero la esencia de su mensaje es la misma: ante las inquietudes que son exclusivamente interiores, la respuesta está habitualmente dentro de nosotros; mientras que cuando hay algo que hacer fuera, tenemos que ponernos manos a la obra en el mundo exterior.
Lo que no puede ser es vivir amargados por un trabajo que no nos gusta y por evitarnos la — ingente pero intrínseca a nuestra responsabilidad con nosotros mismos— tarea de mejorar nuestra vida, bien sea estudiando una oposición o buscando otro trabajo, engañarnos a nosotros mismos diciéndonos que hay casos peores que el nuestro o que estamos tan por encima del bien y del mal que, simplemente, no nos afecta. Si eso es realmente cierto, qué maravilla, qué iluminación… Pero si no lo es, algo habrá que hacer, ¿no? Si no lo haces, vivirás permanentemente en lo que los psicólogos llaman “disonancia cognitiva”, que es la desarmonía que tiene lugar en nuestro sistema de ideas, creencias y emociones por tener dos pensamientos opuestos al mismo tiempo o por mantener un comportamiento incoherente con nuestras creencias. En pocas palabras, sentir una cosa y querer creer que sientes otra. Vivir desalineado con uno mismo, con fuerzas que tiran de nosotros en distintas direcciones, nos supone un desajuste difícil de sobrellevar. Así que, ¿por qué estás aquí? ¿Escuchaste la llamada del cielo, del infierno… o de ambas? ¿Qué es lo que quieres cambiar? Cuéntatelo con detalle…
De mi libro La isla de los funcionarios
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Un abrazo,
