Ya no te quiero a mi lado

En una sociedad en la que el pilar fundamental es la familia, que teóricamente nace y se sustenta gracias a un amor que permanece en el tiempo, nos cuesta admitir que nuestra relación de pareja pueda, algún día, llegar a ver su final… Sin embargo, en ninguna parte está escrito que el amor sea, por definición, eterno. Nada está hecho para durar siempre si no se alimenta y se vela por su crecimiento.

Y es que la vida suele tener sus propios planes para nosotros y no necesariamente coinciden con los nuestros. Pero poner fin a una relación no es un fracaso, pues las personas entran y salen de nuestras vidas como los personajes de una obra de teatro entran y salen del escenario. Todos los personajes nos enseñan algo, aunque actúen mal o aún no hayamos sido capaces de comprender la lección que, sin ellos mismos saberlo, vinieron a enseñarnos.

Sea cual sea el motivo por el que deseamos poner fin a nuestra relación, lo cierto es que, en la mayor parte de los casos, suele ser un difícil trance afrontar nuestros propios sentimientos y enfrentarse a la situación de decirle a la persona con la que tanto hemos compartido, que hemos dejado de quererla.

Y es que el miedo es una reacción natural ante cualquier cambio. Pero, como la niebla, sólo se disipa a medida que se avanza. Preguntémonos entonces ¿qué es lo peor que podría pasarnos si expresamos nuestros sentimientos? Recordemos que el temor en sí mismo es siempre peor que aquello que tememos. No temamos, pues, a expresar nuestra verdad ya que, dulce o amarga, siempre será buena.

Para superar el miedo a nuestros propios sentimientos, es esencial ponerle nombre a lo que sentimos y hacerlo serenamente, tratando de no juzgarnos ni culpabilizarnos y, sobre todo, de reconocer:

— Qué beneficios ocultos nos reporta el seguir manteniendo nuestra unión, pese a nuestra profunda infelicidad: ¿me evito así las inseguridades propias que conlleva la independencia?, ¿ocultando mi malestar me siento mejor persona y satisfago mi propia necesidad de aprobación?…
— Las creencias que mantienen vivas nuestras resistencias al cambio: “el amor debe ser para siempre”, “he de adaptarme al otro”, “seguro que el problema soy yo”, “si rompo mi relación no volveré a encontrar el amor”, “me merezco el desamor”…

Superar el miedo a herir los sentimientos del otro es, sobre todo, una cuestión de empatía y responsabilidad:

Empatía porque el otro, como yo, es un ser en crecimiento y, por tanto, en la búsqueda de su propio camino, que no tiene por qué coincidir forzosamente con el nuestro. Con este planteamiento no hay lugar para la ira ni el resentimiento, sólo para la compasión, en su sentido más profundo, y el perdón. Así pues, elijamos un buen momento, respiremos hondo y dirijámonos al otro utilizando todo el tiempo la primera persona; lo que en psicología denominan los “mensajes yo”, que son los más efectivos, pues cuando uno evita juzgar y culpar al otro y se centra en lo que experimenta, no hay discusión posible. Y combinemos la claridad con la ternura, la contundencia de nuestras palabras con el tono y las formas empleadas. Ser sincero no implica ser grosero ni insensible. Además, hemos de finalizar la conversación con una profunda actitud de agradecimiento por todo lo vivido. Valoremos toda la película, no nos centremos sólo en si termina o no como esperábamos…

Y responsabilidad porque incluso por encima del debido cuidado de los sentimientos del otro está el hecho de que NO somos responsables de dichos sentimientos. Así que el miedo a herirlos no puede, bajo ningún concepto, anular la expresión de los nuestros. Es más, si continuamos la farsa de nuestra relación privándole al otro de nuestra verdad, le privaremos también de:

— El derecho que tiene a conocer la realidad de su relación. El otro es tan importante y válido como nosotros, aunque hayamos dejado de amarle. Aunque sólo sea por respeto a la historia de amor vivida, concedamos la honestidad que nos gustaría que nos concediesen si la situación fuese a la inversa.
— La responsabilidad de hacerse cargo de sus propios sentimientos y de afrontar su parte en el conflicto. Responsabilizar al otro de su propia vida le da poder sobre ella; mientras que protegerlo o sobrecargarnos para evitarle dolor, le anula y le hace dependiente de nosotros.
— La posibilidad de que ambos podamos abrirnos en el futuro a otra persona más afín con la que compartir nuestra vida.

Así pues, decir “no”, una vez más, no es una manifestación de egoísmo, sino que representa un compromiso de autoestima, responsabilidad, respeto y madurez.

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Un abrazo,